El sujeto contemporáneo en la Red
Texto: Pablo Alonso López
Ilustraciones: Sara Velasco
Introducción
Las redes sociales han conseguido convertirse en un espacio de socialización más, con igual o mayor presencia en la vida cotidiana de los individuos que cualquiera de los espacios de socialización más tradicionales. Desde una temprana edad y a escala global, cualquier individuo con un dispositivo con acceso a Internet puede acceder a las redes sociales, lo cual pone en contacto virtual a miles de millones de personas cada día en todo el mundo. Este fenómeno supone un vector de cambio social con un alcance muy potente capaz de influir en distintos fenómenos de la sociedad contemporánea, desde las relaciones afectivas hasta los movimientos sociales y el activismo, pasando por la mercantilización de la información digital en provecho del beneficio económico.
La consolidación de las redes sociales en la vida cotidiana ha tenido lugar de forma muy veloz. La primera red social tal y como hoy en día se las conoce, es decir, una plataforma digital que permite poner en contacto a individuos de todo el mundo a través de Internet, fue SixDegrees, abierta al uso público por primera vez en 1997. La archiconocida Facebook aún no ha cumplido quince años de vida, habiendo nacido en 2004, y Twitter es tan solo dos años más joven. A pesar de su corta vida, la presencia de las redes sociales ya ha impactado en la sociedad y ha modificado muchos de los patrones de comportamiento social tradicionales. El rango y la escala de acción de los fenómenos que tienen lugar en la Red son impredecibles, incontrolables e inciertos.
Actualmente las redes sociales y la realidad digital están suscitando un gran interés en los círculos académicos, por lo que el volumen de obras dedicadas a analizar y valorar sus efectos está creciendo a un ritmo comparable al de usuarios en la Red. Existe un intenso debate teórico entre las posiciones tecno-optimista y tecno-pesimista. La primera está principalmente representada por Clay Shirky, que ha enfatizado el carácter cooperativista y solidario de las redes sociales. Estas facilitan e incrementan las posibilidades de participar en proyectos de autoría múltiple como Wikipedia y aumentan la cantidad de conocimiento disponible con libre acceso, así como las posibilidades de movilización social altruista y autogestionada.1 Del otro lado las voces más tecno-pesimistas, lideradas por Evgeny Morozov, han señalado algunas de las características más sombrías de las redes, especialmente aquellos usos de ingeniería social por parte de regímenes autoritarios para ejercer un control y vigilancia de tintes panópticos sobre la ciudadanía. También pone de relieve que el tono excesivamente celebratorio sobre las posibilidades sociales de Internet es reflejo de la influencia de la ideología neoliberal y su desconfianza en las instituciones.2
El presente artículo pretende ser un análisis desde una perspectiva sociológica acerca de los efectos que las redes sociales tienen sobre ciertas dinámicas sociales, así como los retos que dichos efectos plantean. Se ha querido tener en cuenta ambas perspectivas, que más que excluyentes poseen un carácter complementario. Si bien el texto se centra en el análisis de algunos de los más sonados e interesantes efectos de las redes sociales en la sociedad contemporánea, existe un interés latente por encontrar las motivaciones últimas que explican la inclinación de los seres humanos a desarrollar una importante faceta de su vida e invertir su tiempo en el espacio digital. Para ello se recurre a las aportaciones del famoso filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman, cuya teoría social acerca de la era contemporánea aporta un interesante grado de profundidad y amplitud al problema que ayuda a comprender mejor dichos fenómenos al ponerlos en relación con un proceso de transformación social más grande.
Efectos de las redes sociales en las relaciones sociales e interpersonales
El “efecto burbuja” y los efectos sobre la ideología
En la sociedad tradicional la relación del individuo con la esfera pública y los asuntos políticos ha sido casi exclusivamente unidireccional. Más allá de la participación en los procesos electorales la gran mayoría de la masa social se encuentra distanciada de la vida pública y la acción política, con la excepción de la acción sindical, el activismo y la política como carrera profesional. La sociedad civil, aunque con cierta capacidad de influir en la vida pública, sobre todo mediante la acción de los movimientos sociales, queda relegada a un sujeto pasivo que recibe y en gran medida depende de las decisiones tomadas por la clase política de su municipio, región competente o del Estado. Las redes sociales por sí mismas no son capaces de articular un proceso de cambio en el sistema político que revierta dicha situación, pero sí que ejercen un papel central como plataformas en las que se vierte un constante flujo de información y opinión desligada de los medios de comunicación tradicionales (aunque también estos aprovechan para posicionarse en ellas) que puede ser consumida de forma instantánea y virtualmente atemporal, esto es, independientemente del momento de publicación o de emisión, por cualquier usuario.
En este sentido, la principal consecuencia del uso de las redes sociales es la ampliación del espectro ideológico al que se expone a la sociedad civil. En las redes sociales convergen fuentes de información y opiniones de muy diverso corte ideológico, que incluyen sensibilidades, modos de representación de los hechos y discursos contra-hegemónicos. Es evidente que este hecho no es suficiente para eliminar el poder de influencia de los dispositivos de reproducción de los principales discursos ideológicos, pero al menos amplía el foco y ofrece una posibilidad de consumo de información alternativa del cual cada usuario es el único responsable en última instancia. La gran ventaja de los medios digitales, revistas, podcasts, canales de Youtube, etc., es el relativamente bajo presupuesto necesario para producir y distribuir sus contenidos en la Red, además de la instantaneidad, la posibilidad que ofrecen de hacer una gestión más libre e individualizada de las pautas de consumo y la ausencia de intermediarios estatales en la relación productor-consumidor. Por ejemplo, el carácter intangible de la información digital hace posible que el consumo de noticias, artículos de opinión, cultura, etc. se pueda realizar de forma atemporal, lo cual se adapta mejor a las necesidades y pautas de consumo concretas de cada individuo, favoreciendo que muchas personas prefieran acceder a la mayoría de su consumo de información desde las redes sociales que desde otros medios como la radio o la televisión.
Como se señalaba anteriormente, la presencia de estos medios y contenidos alternativos no elimina ni minimiza la presencia de los medios tradicionales, pero sí permite la amplia difusión de sensibilidades diferentes que enriquecen el debate público y tienen una importante función en la formación de la opinión crítica de los consumidores de estos contenidos. A pesar de ello, la existencia de una mayor oferta no implica necesariamente la modificación de la actitud mayoritaria de la población con respecto a ciertos temas de índole pública o un aumento de la capacidad crítica. Las redes sociales no pueden sustituir ni neutralizar a los otros espacios de socialización tradicionales en los cuales los poderes públicos y privados siguen teniendo una gran capacidad de influencia para perpetuar su ideología y cosmovisión hegemónica: la escuela, los medios de comunicación tradicionales, el ocio (consumo, series de televisión, industria cinematográfica) o la publicidad.
Por otro lado, en las redes sociales también se pueden observar otras dinámicas interesantes en lo referido a los patrones de comportamiento en el consumo de la información. Las características propias de algunas redes sociales como Twitter o Facebook, que permiten seleccionar de forma personalizada el flujo de información que se desea que aparezca en la pantalla o que se “sigue”, pueden provocar que los consumidores se censuren o se priven de ciertos contenidos con los cuales se sienten menos cómodos ideológicamente. Es evidente que esto siempre ha ocurrido pues se trata de un rasgo psicológico humano básico que busca la autoafirmación. Además, como apunta Bourdieu, las pautas de consumo de cualquier tipo tienen mucho que ver con el capital social y la ideología preponderante en los círculos de socialización más cercanos.3 De hecho, en ciertas redes sociales como Twitter se observa una fuerte tendencia a reforzar la validez de las opiniones del individuo a través del prejuicio y la descalificación como actitud resorte hacia las opiniones y gustos ajenos. Esta dinámica crea un círculo vicioso que da lugar a un “efecto burbuja” en el que se puede llegar a identificar la realidad social con aquella percibida en las redes. Estos patrones de comportamiento se ven favorecidos por el anonimato y el carácter intangible propios del medio digital, que invitan a la crítica fácil e infundada movida por la búsqueda de la autocomplacencia o el reconocimiento por parte del grupo, más que un interés verdadero por el debate y el diálogo crítico. Los individuos acaban oyendo el eco de su propia voz y entran a las redes sociales predispuestos a confirmar la superioridad moral de su opinión.4
Estas dinámicas inciden negativamente en el correcto desarrollo de algunas habilidades fundamentales para una vida social saludable y libre, pues van directamente en contra de valores democráticos como son el respeto a la libertad de expresión, la tolerancia, la capacidad de debate o un interés genuino por “lo otro”. El efecto de estas dinámicas se amplifica cuando involucra a individuos en etapas tempranas de su socialización secundaria, que tienden a aprender y normalizar este tipo de actitudes cuando aún están en pleno proceso de formación de su personalidad. Se trata sobre todo de los adolescentes, quienes quedan expuestos al mundo digital de las redes sociales donde no existen límites en un momento en el que aún no disponen de las herramientas de gestión emocional necesarias o patrones de conducta adecuados. Dichas circunstancias contribuyen a fenómenos como el bullying en el ámbito escolar que pueden ser repetidos posteriormente en forma de violencia psicológica y verbal hacia parejas sentimentales o grupos sociales con representación social o étnica minoritaria.
Plataformas de activismo digital y movilización social
En relación con el argumento anterior, las redes sociales proporcionan una plataforma digital que permite poner en contacto sensibilidades y motivaciones afines con una gran facilidad, ya que son capaces de eludir cualquier limitación geográfica. Es por ello que son frecuentemente utilizadas para movilizar a parte de la sociedad por un fin político o social concreto. Uno de los casos más conocidos es el movimiento del 15-M, cuyo carácter asambleario y horizontal permitía que gran parte de la actividad organizativa de los eventos y, sobre todo, las convocatorias de distintas manifestaciones, tuvieran lugar mediante mensajes en las redes sociales.
Otro ejemplo de esta capacidad de las redes sociales para aunar sensibilidades políticas y difundir mensajes es la presencia del colectivo LGTB y del movimiento feminista en las redes. Debido a la intensa presencia de las redes sociales en la vida cotidiana de muchos usuarios, ciertos colectivos han identificado en ellas un medio muy eficaz para llevar a cabo su activismo, no sólo como medio organizativo, sino como un espacio de socialización con gran capacidad de influencia en el que visibilizar actitudes machistas, racistas o clasistas. Otra estrategia fundamental es la de compartir contenido reeducativo que poco a poco vaya penetrando en el imaginario público para ayudar a despertar una nueva conciencia que provoque el cambio social deseado. Existen perfiles de Twitter y canales de Youtube que se dedican exclusivamente al activismo digital con aspiraciones de transformar la realidad social aprovechando las ventajas propias de las redes sociales para maximizar el impacto de su activismo: el visionado masivo de contenido, la rápida difusión de material a gran escala o la presencia de una masa social considerable que revisa diariamente sus cuentas en las redes.
No obstante, la libertad en el uso de las redes es tan grande que puede servir a propósitos diametralmente opuestos. Es sobradamente conocida la importancia de las redes sociales como medio de difusión de la ideología yihadista, usadas por grupos terroristas como el Daesh en su sistema de captación y radicalización de nuevos adeptos y combatientes. De nuevo, el carácter ubicuo de los medios digitales hace posible que tengan lugar procesos de radicalización de ciudadanos residentes en países occidentales promovidos por la difusión de mensajes y contenidos de carácter extremista desde cuentas e individuos geográficamente basados en países como Siria, Irak o Arabia Saudí. Esto es una ventaja para quien pretende difundir la empresa de la yihad a nivel global y un problema grave a la hora diseñar la respuesta política de prevención en materia antiterrorista. Las competencias jurídicas se vuelven ineficientes en el medio digital, donde la ausencia de fronteras convierte la nacionalidad en una categoría jurídica inútil. Además la acción policial se ve muy dificultada en sus tareas de seguimiento de relaciones personales y mensajes extremistas que trascienden el control o la autoría de una entidad única. Son en muchos casos relaciones anónimas, efímeras e incontrolables, debido a que el proceso de difusión de cualquier mensaje en las redes sociales involucra de forma simultánea a millones de usuarios.
Lo cierto es que las ventajas que ofrecen las redes sociales en este sentido son aprovechadas por la práctica totalidad de las organizaciones o plataformas con aspiración de generar un cambio social hoy en día, independientemente de su signo ideológico, y no necesariamente en un sentido progresista. Es el caso del movimiento supremacista Generation Identity, con una cuenta en Twitter cercana a los treinta mil seguidores y con presencia en Youtube, plataformas en las que se jactan de llevar a cabo acciones para frustrar la entrada de inmigrantes en territorio europeo. Estos grupos, con estética neofascista y de ideología xenófoba, se autodenominan líderes de la “resistencia europea” y han articulado un discurso en las redes según el cual forman parte de una “misión” (Defend Europe) para conservar los que ellos consideran que son los valores y formas de vida tradicionales del continente. Gracias a las características mencionadas anteriormente han podido lograr una difusión no despreciable de su proyecto político identitario a escala europea.5
¿Hacia un nuevo paradigma social?: la sociedad del conocimiento
Como señala Quiroz Waldez, a medida que avanza el siglo XXI se está produciendo una transformación cultural sin precedentes comparable a la invención de la imprenta en cuanto a la producción, difusión y disponibilidad de “la información, entendida como conocimiento acumulado de forma comunicable [que] aparece como el cimiento del desarrollo económico, político y social”. 6 Aunque no es exclusivo de las redes sociales, el medio digital en general contribuye en gran medida a la intensificación de este proceso, actuando como plataforma de almacenaje y reproducción de contenidos e información de toda índole disponibles de forma universal para ser utilizados como herramientas de crecimiento personal, académico, profesional o incluso valiosa inteligencia para empresas privadas.
La posibilidad de acceso a una cantidad innumerable de contenidos de todo tipo no es exclusiva de la información periodística, sino que las redes sociales en buena medida sirven de mostrador y herramienta de difusión de contenidos académicos e información de temáticas prácticamente infinitas que en la sociedad predigital habían estado reservadas al ámbito universitario y los centros culturales vinculados a la gestión estatal. Hoy en día, el contacto con la cultura y la formación del individuo se ha convertido prácticamente en una cuestión de voluntad, sin intención de menospreciar la relevancia que aún tiene la situación socioeconómica de cada individuo como factor estructural. El individuo movido por el interés o la curiosidad puede acceder a cualquier tipo de contenido de libre acceso para ampliar sus horizontes y sabiduría sin necesidad de lidiar con ninguna institución intermediaria.
Este supuesto nuevo paradigma, aunque a priori pueda implicar una visión excesivamente optimista, refleja bastante bien algunas de las características de la cultura de consumo actual y es acogido con especial entusiasmo desde la óptica neoliberal. La posibilidad de un proceso de formación profesional mediante el libre acceso a la información deseada que permite el enriquecimiento cultural personal es el horizonte ideológico por excelencia del self-made man. Puede ocurrir que se vea reforzada la noción del emprendedor como referente social que rehúye las trabas impuestas por la desigualdad social y económicas debido al carácter universal del acceso al conocimiento digital. De hecho, no es de extrañar que la figura del freelancer se apoye en gran medida en los medios digitales y en las redes sociales para crear una red contactos y potenciales clientes a los que ofertar sus servicios. Las redes sociales también son usadas por este tipo de trabajadores como medio en el que mostrar sus credenciales mediante la publicación de trabajos previos que avalen su idoneidad para ser contratados y mejorar su empleabilidad (fotógrafos, redactores, diseñadores de páginas web, creador de contenidos multimedia, entre otros).
El individuo puede así adoptar un doble rol social como consumidor y creador de contenidos que puede acarrear ligeras transformaciones en las relaciones laborales tradicionales. Con el tiempo, la oferta de conocimiento disponible en la Red es vislumbrada como una oportunidad de negocio para personas que tienen la formación necesaria para ofrecer su sabiduría en forma de cursos online, contenido de libre acceso, coaching formativo y otro tipo de productos digitales con algún tipo de retribución. No obstante, este modelo de negocio tiene sus limitaciones, pues el éxito de tales proyectos depende en gran medida de la capacidad de penetración en el mercado digital para alcanzar la visibilidad necesaria del producto en la Red, tal y como ocurre con cualquier otro producto que se encuentre en el mercado tradicional. Curiosamente, esta necesidad de adquirir conocimientos sobre cómo posicionarse con éxito en las redes sociales está creando una industria paralela en alza: la del marketing digital.
El precio de la no presencia en las redes: la marginalización
Las redes sociales se están convirtiendo en herramientas imprescindibles como medio de visibilización social. Muchas veces se dice que lo que no está en las redes es como si no existiera, y en cierto modo, esta frase encierra bastante parte de verdad. La presencia en las redes sociales deja de ser en muchos casos una elección voluntaria para convertirse en un imperativo social o incluso autoimpuesto. Este fenómeno tiene mayor presencia en los llamados “nativos digitales”, por lo que existe una importante diferencia generacional que debe ser tenida en cuenta. Aquellos individuos o sucesos que no tienen una representación en las redes sociales no existen a los ojos de sus usuarios. Esto provoca que se produzca una cierta desconexión con aquellas personas y temas que por diversas razones no se visibilizan en las redes sociales, así como el olvido y la desvalorización de ciertos temas que no son populares pero que podrían tener importancia y valor como narrativas necesarias en el imaginario social. Las redes sociales, en definitiva, producen un conflicto entre popularidad e importancia, también presente en otros medios de comunicación más clásicos como la televisión.
La actividad en las redes se ha vuelto una dinámica tan central de las relaciones personales y del consumo de la información que se corre el riesgo de perderse algo importante de lo que ocurre en el ámbito social si se decide prescindir de ellas, pues como se ha venido indicando, se han convertido en un medio de visibilización imprescindible. Poco a poco la sociedad prefiere acudir a teléfono móvil para enterarse de lo que ocurre en el mundo y en su círculo social que comunicarse directamente con el exterior real, por lo que las redes sociales se están convirtiendo en una obligación para no perder el contacto con el mundo.
Esta búsqueda de socialización en las redes no tiene por qué ser inherentemente nociva, pero el problema aparece cuando se crea una necesidad: cuando la no-presencia se vuelve difícil de gestionar para el individuo se genera una relación de dependencia o adicción. La excesiva necesidad de exponer constantemente cada aspecto de la vida personal de forma pública tiene unas implicaciones emocionales que pueden tener severas consecuencias en la salud mental de los individuos y esto debería ser una cuestión que preocupara a nivel colectivo, al poder dar lugar a una sociedad potencialmente disfuncional.7 Por ejemplo, la tendencia a valorar a las personas en función del grado de aceptación pública que reciben se vuelve aún más cruel y salvaje en las redes sociales. Existe una inclinación natural a valorarse más a uno mismo cuando se reciben señales y comentarios amables por parte de los demás, pero en las redes este proceso se automatiza y deshumaniza la naturaleza de las relaciones humanas. La publicación de fotografías en búsqueda de un like o de un tweet con el objetivo de recibir una gran cantidad de feedback y comentarios positivos acerca de lo interesante de una opinión es una actitud que va penetrando lentamente en el subconsciente del individuo, hasta hacer depender la autoestima de la aprobación pública de un personaje digital (que no tiene por qué coincidir con quién esa persona es realmente, sino que se trata de una visión distorsionada e idealizada de la vida real).
Esto es particularmente típico de Instagram, una red social de fotografía en la que los usuarios tienden a publicar fotos y vídeos de su vida cotidiana con un importante sesgo: tan solo se deja ver aquello que es percibido como agradable a la vista de los demás o que puede contribuir a construir una falsa imagen de éxito y felicidad permanente.8 Por otro lado, la constante exposición en ciertas redes sociales como Instagram o Facebook a publicaciones con un alto grado de “romantización” de la vida cotidiana puede provocar una falsa ilusión de que la vida propia no está a la altura. Muchos usuarios pueden llegar a confundir al personaje digital de sus amigos, conocidos, personajes públicos o figuras de referencia con la verdadera persona que se esconde detrás de una retahíla de contenido cuidadosamente seleccionado: un personaje diseñado para la aprobación de los demás.
Bauman y la soledad como motor
De entre las múltiples caracterizaciones que se han hecho de la sociedad contemporánea desde la sociología, incidiendo en el análisis de dimensiones tan diversas como las relaciones económicas, la ideología o las tendencias culturales, probablemente la radiografía que hace Bauman de nuestro tiempo en su Modernidad Líquida es una de las más pertinentes para entender algunas de las motivaciones que explican el enorme éxito de las redes sociales hoy en día. La transición hacia la “modernidad líquida” implica una ausencia de vínculos y referencias con respecto a la comunidad, mientras tiene lugar de forma paralela un incesante proceso de individualización. Una de las consecuencias más importantes de este proceso de individualización es la soledad. En Amor Líquido, Bauman desarrolla las implicaciones concretas del proceso de atomización e individualización en las relaciones afectivas, entre las cuales la soledad aparece como un factor irrenunciable e inevitable del “estilo de vida líquido” en el cual la búsqueda de independencia prevalece sobre cualquier otra necesidad humana. Para Bauman, la soledad es el principal factor explicativo del éxito de las redes sociales.
Las redes sociales tienen una ventaja con respecto a las formas de socialización tradicionales y es la de la falsa sensación de control sobre todo lo que ocurre en ellas. El propio Bauman afirma que “la diferencia entre la comunidad y la Red es que tú perteneces a la comunidad pero la Red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización”. 9 Las redes sociales ofrecen una ilusión de compañía a los individuos solitarios de la modernidad líquida.
Bauman ha señalado la brillante habilidad de personajes como Mark Zuckerberg, creador de Facebook, para identificar, aún incluso de forma inconsciente, la presencia de un sentimiento colectivo de soledad en la sociedad contemporánea como oportunidad para crear sus exitosos proyectos empresariales.10 La genialidad está en que las redes sociales prometen la posibilidad de conexión entre individuos que están necesitados de aprobación o afecto y, al mismo tiempo, minimizan la exposición al compromiso. Bauman lo explica así “a diferencia de las relaciones, el parentesco, la pareja e ideas semejantes, que resaltan el compromiso mutuo y excluyen o soslayan a su opuesto, el descompromiso, la Red representa una matriz que conecta y desconecta a la vez. En una red, conectarse y desconectarse son elecciones igualmente legítimas”. 11
No obstante, Bauman advierte de que la excesiva dependencia de las redes sociales para establecer y mantener relaciones sociales en el día a día provoca una pérdida de entrenamiento de las habilidades sociales básicas. Las redes sociales son fantásticos escenarios por el alto grado de confort que ofrecen, donde el individuo no necesita hacer frente a las condiciones que implica cualquier interacción personal real. Este fenómeno conlleva una disminución de la extroversión, de contacto con la realidad, un aumento del miedo a relacionarse con la comunidad y se agudiza la aversión al diferente, pues solo se está acostumbrado a lidiar con gente parecida y con la que se concuerda ideológicamente. En definitiva, las redes sociales contribuyen activamente a alimentar el proceso de individualización que sufre la sociedad contemporánea al mismo tiempo que intensifican las fronteras entre las identidades colectivas.
Conclusiones
Como toda creación humana, las redes sociales no necesariamente tienen que implicar distorsiones en un sentido negativo en la realidad social, pero sí (e inevitablemente) cambios. El problema es instrumental, es decir, las redes sociales serán una invención favorable para el desarrollo humano en la medida en la que se haga de ellas un uso responsable, informado y puesto al servicio de fines moralmente positivos. Las consecuencias sociales derivadas de su uso tendrán que ver en gran medida con el ejercicio de la libertad de quienes las utilicen. No se trata de establecer una explicación maniquea sobre la naturaleza o consecuencias de las redes sociales, sino de plantear que las instituciones competentes deberían ser conscientes de todo lo que implican y del alcance de las transformaciones que producen (las aquí expuestas y otras muchas más que se podrían haber mencionado) y ser capaces de entender que son una herramienta de doble filo al servicio de la sociedad. Ser conscientes de este gran potencial conlleva advertir la creciente necesidad de una responsabilidad ética con respecto a la comunidad en las acciones cotidianas.
De los rasgos propios de las redes sociales que han ido aparecido de manera transversal a lo largo de los ejemplos y análisis expuestos, mencionaré solo el que considero que tiene mayor relación con el concepto de globalización: su carácter ubicuo. Las redes sociales son una herramienta de alcance cuasi universal independiente de cualquier requisito espacio-temporal, es decir, que convierten en irrelevantes los límites del tiempo y del espacio, pues no necesitan de ningún soporte material para existir. Por ello, conllevan la aparición de riesgos a gran escala, incontrolables e impredecibles. De igual manera, y por hacer la lectura opuesta, son capaces de poner en contacto a gente de distintos lugares con una facilidad e instantaneidad sin precedentes, lo cual puede conllevar beneficios a escala global.
En conclusión, los efectos sociales que se han analizado en el artículo son, en primer lugar, el llamado “efecto burbuja”, que dificulta el diálogo democrático de la sociedad al limitar el contenido al que se accede a aquel que los usuarios encuentran ideológicamente afín. En segundo lugar, las redes sociales abren nuevas posibilidades de movilización social y activismo de todo signo ideológico, lo cual no debe ser necesariamente motivo de celebración, pues puede servir a fines violentos y antidemocráticos. Además, las redes sociales facilitan la difusión del conocimiento y permiten crear una industria del conocimiento para emprendedores digitales, aunque con el coste de mercantilizar las vidas de los usuarios en la Red. Pero el que no está en las redes no existe. Los usuarios proyectan una imagen irreal y sesgada de sí mismos que infunde ansiedad individual y colectiva al crear falsas expectativas. Por último, se ha argumentado que las redes sociales se nutren en cierta manera de la soledad y que, de algún modo, contribuyen a precipitarla.
Es posible que debido a su carácter relativamente reciente, aún sea pronto para tener la perspectiva suficiente que permita construir sólidas teorías acerca de las consecuencias a medio y largo plazo de las redes sociales en la sociedad contemporánea. No obstante, la urgencia de tal reflexión es cada vez mayor, pues la creciente presencia de elementos digitales y avances tecno-científicos en la vida cotidiana exigirá una gestión política de las implicaciones culturales y sociales de los cambios que dichas novedades acarrean en todas las dimensiones de la realidad social.
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