Texto: María del Pilar Ramírez Díaza, Edú Ortega Ibarrab
Ilustraciones: Sara Velasco
Introducción
La lactancia materna es considerada la forma ideal de aporte de nutrientes durante la infancia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recomienda que en los primeros seis meses de vida el niño se alimente únicamente por medio de la lactancia materna ―denominada lactancia materna exclusiva― y que se mantenga hasta los dos años como parte de su alimentación complementaria.1
La leche materna contiene los nutrientes necesarios en sus diferentes etapas, desde el calostro (primera leche) hasta la leche madura, aportando vitaminas, minerales, proteínas, anticuerpos, enzimas y otras sustancias que en conjunto han demostrado brindar beneficios significativos a corto, medio y largo plazo.2 Los beneficios a corto plazo se han relacionado con la prevención de muerte súbita, enterocolitis necrosarte, diarreas, dermatitis, otitis, gastroenteritis e infecciones respiratorias en vías altas y bajas; siendo estas las principales causas de muerte infantil.3 Los beneficios observados a largo plazo se han asociado con la menor probabilidad de desarrollar sobrepeso, obesidad y enfermedades crónicas degenerativas.4 Investigaciones epidemiológicas han mostrado que los niños que prescinden de la lactancia materna tienen casi cuatro veces más probabilidades de morir por diarrea e infecciones de las vías respiratorias con respecto a aquellos que fueron amamantados. Es importante mencionar que estas diferencias también se han hecho presentes al utilizar algún sucedáneo o remplazo de la leche materna.5 Otras consecuencias de la falta de lactancia materna son dificultades en el óptimo desarrollo intelectual, cognitivo y social del infante.6 Además, los beneficios de esta práctica no son exclusivos para los niños: en el caso de las madres que amamantan a sus bebés se han encontrado menores tasas de sangrado posparto; así como la disminución de la probabilidad de desarrollar obesidad, diabetes tipo 2, cáncer de mama y cáncer de ovario.7
Aun conociendo los beneficios que aporta la lactancia materna y a pesar de los esfuerzos por parte de la OMS y del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) para fomentar y promover esta práctica, los resultados no han sido los esperados, ya que la tasa de lactancia materna exclusiva en el mundo es inferior al 50%. Se ha determinado que los principales retos por afrontar en la mayoría de los países pobres son el inicio tardío y las cifras bajas de lactancia materna exclusiva (menos del 40%), mientras que en los países de ingresos medios y altos la duración de la lactancia suele ser muy corta y precaria: menos de uno de cada cinco niños es amamantado durante todo su primer año de vida.8 Algunos de los factores estudiados que explican estas cifras poco favorables son: la idea errónea ―y generalizada entre los cuidadores― de que el lactante necesita una alimentación mixta, es decir, líquidos o sólidos adicionales, durante sus primeros seis meses de vida; prácticas y políticas hospitalarias y sanitarias que no apoyan la lactancia materna; ausencia de personal cualificado en instituciones sanitarias; promoción y publicidad agresiva de sucedáneos de la leche materna; desconocimiento de los peligros asociados a una alimentación distinta de la lactancia materna exclusiva y escaso conocimiento de las técnicas de lactancia adecuadas.
Ahora bien, existen circunstancias ajenas al infante que pueden condicionar la lactancia materna, ya que durante este proceso el niño puede ser infectado por patógenos oriundos de la madre a través de distintos medios como secreciones respiratorias, contacto directo con lesiones de la mama o patógenos provenientes de la leche materna.9 Una de las condiciones de mayor trascendencia es la presencia del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) en mujeres embarazadas: este virus se puede transmitir por vía sexual, por transfusión sanguínea, y también de madre a hijo durante el embarazo, el parto o la lactancia. 10 Una vez que el VIH entra en el organismo de la persona infectada pueden pasar hasta tres meses antes de que aparezcan anticuerpos en la sangre, lo que provoca debilidad en el sistema inmunitario y expone a la persona infectada al riesgo de contraer infecciones que pueden en su mayoría ser mortales. La enfermedad que genera este virus es conocida como sida y tiene un periodo de incubación de diez años, por lo que una persona infectada podría transmitir el virus en este periodo sin saber que es seropositiva.
En el contexto de esta patología es imprescindible subrayar que existe una especial vulnerabilidad para las mujeres de índole biológica, epidemiológica, social y cultural. Así, por ejemplo, se ha comprobado que en las relaciones heterosexuales la mujer tiene entre 2 y 4 veces más probabilidades de infectarse por VIH que el hombre. Esto es debido a que la zona de exposición en la relación sexual es de mayor superficie en la mujer y también a que la carga viral es mayor en el semen que en los fluidos vaginales. Por otra parte, las infecciones de transmisión sexual son más asintomáticas y menos atendidas en las mujeres que en los hombres, lo que permite la debilidad de la mucosa vaginal y facilita la entrada al virus, más aún en mujeres de corta edad con genitales todavía inmaduros. Además, las mujeres que viven en países del tercer mundo siguen teniendo menor acceso a la educación y la información, a un trabajo remunerado y a servicios adecuados de salud que los hombres, lo que las hace aún más vulnerables. En el año 2015, aproximadamente 17.4 millones de mujeres en edad fértil fueron infectadas por el VIH en todo el mundo y se estimó que entre el 5.3% y 6.5% de las mujeres embarazadas en África subsahariana eran seropositivas.11
Las investigaciones relativas al tema indican que, si una mujer infectada de VIH amamanta a su hijo sin ningún tipo de tratamiento, este tiene entre un 14% y un 20% de probabilidades de infectarse. Debido al riego evidente que sufren los lactantes de madres infectadas con VIH, desde hace tiempo las autoridades sanitarias venían aconsejando que las madres seropositivas no amamantaran a sus hijos. Sin embargo, se ha observado (principalmente en países subdesarrollados) que el riesgo de muerte infantil por falta de lactancia materna puede ser igual o más alto que el riesgo de muerte como consecuencia de la infección por VIH. Así, se ha demostrado que la probabilidad de que los lactantes no amamantados mueran por malnutrición, neumonía o enfermedades diarreicas es hasta seis veces mayor que la de que mueran por la infección de VIH.12 Dadas estas evidencias, los organismos de salud sugieren actualmente a las madres portadoras del virus la opción de amamantar a sus hijos de manera exclusiva: una alimentación mixta (líquidos o sólidos ajenos a la leche materna) en un niño menor de seis meses puede producir microhemorragias en la pared del intestino, lo que facilita la entrada del virus en el organismo del bebé. En este sentido existen investigaciones, llevadas principalmente a cabo en África (el continente con el mayor número de casos de mujeres con VIH), en las que madres seropositivas han amamantado a sus hijos únicamente con leche materna, teniendo como resultado la disminución del contagio del virus en comparación con aquellas mujeres que ofrecen a sus hijos otros alimentos ajenos a la leche materna. Esto sugiere que la lactancia materna exclusiva podría contribuir a disminuir la prevalencia del virus de inmunodeficiencia humana en países con alta incidencia.13
Puesto que el VIH es considerado un retrovirus, se ha constatado que el uso de fármacos denominados “antirretrovirales” disminuye la replicación del virus en el organismo, y el uso de estos medicamentos ha impactado positivamente en el control de la transmisión vertical (madre-hijo) del VIH. En vista de esto, la Organización Mundial de la Salud recomienda el uso de antirretrovirales durante el embarazo, a partir de las 14 semanas de gestación y hasta el final de la lactancia, la cual puede durar hasta los 12 meses de edad, siempre y cuando no se deje el tratamiento indicado. Esta es una alternativa que reduce la probabilidad de transmitir el virus y permite no privar al lactante de los múltiples beneficios de la leche materna.14 No obstante, es necesario recalcar que se debe constatar el estado de la enfermedad en el que se encuentra la madre, ya que es más probable que puedan transmitir el virus mujeres en estados avanzados o las que se han infectado recientemente.
Con la evidencia científica de estas investigaciones como base, organismos de salud internacionales han publicado el documento “Principios y recomendaciones para la alimentación infantil en el contexto del VIH y un resumen de la evidencia”. En este escrito se concentran las ideas más actuales con respecto a la alimentación del infante en tales circunstancias, pudiéndose resaltar de él lo siguiente: la opción de alimentación infantil más adecuada para el hijo de una madre infectada dependerá de sus circunstancias individuales, incluido su estado de salud, la situación local y los servicios de salud a los que tenga acceso. Es importante la integración de las mujeres con estas características en los servicios de salud materno-infantil y brindar orientación a las madres para ayudarlas a alimentar adecuadamente a sus bebés y no sufrir lesiones en los senos. Los servicios de salud deben realizar esfuerzos especiales para apoyar la prevención primaria en las mujeres que dan negativo en los entornos prenatales y de parto, prestando especial atención al periodo de lactancia y teniendo en cuenta que hay situaciones en las que el riesgo de contagio aumenta, por lo que se recomienda tratar térmicamente la leche materna. Estas situaciones de mayor riesgo pueden ser el estado de la enfermedad de la madre, que el bebé nazca con bajo peso, que la madre presente mastitis o que los medicamentes antirretrovirales no estén disponibles temporalmente.15
Como se ha desarrollado a lo largo del artículo, la lactancia materna en un contexto del VIH es posible, sin embargo, aún quedan muchas acciones por llevar a cabo por parte de las organizaciones de salud; entre ellas enfatizar la prevención primaria en países donde la prevalencia e incidencia del virus se han mantenido durante muchos años ―e incluso en países donde se ha mostrado un aumento en el número de casos―; realizar pruebas diagnósticas en mujeres en edad fértil y embarazadas como parte de su seguimiento rutinario y asegurar el tratamiento adecuado durante y después del parto si fuera necesario. Se debe además asegurar el acceso universal tanto a los servicios de salud como al tratamiento farmacológico necesario, principalmente en países subdesarrollados y del tercer mundo donde la incidencia y prevalencia son las más altas y no se cuenta con los recursos económicos necesarios para la adquisición de estos medicamentos.
Definitivamente, la leche materna ha demostrado ser el alimento más completo para el correcto crecimiento y desarrollo del niño, aun por encima de una condición de esta índole. Por ello, el personal de salud tiene la obligación de orientar e informar a las madres que se encuentran en esta situación acerca de la opción más adecuada para llevar a cabo la lactancia materna en sus circunstancias, ya que decidir la manera de alimentar a sus hijos forma parte de sus derechos como seres humanos.
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Notas