Texto: Alejandro Delgado
Ilustraciones: Violeta Velasco
Introducción
Hace unos cien años, China era un país rural con poca concentración de población en las ciudades, gran dependencia de la tierra como fuente de riqueza, una industria pequeña y un capitalismo que apenas empezaba a desarrollarse. Su economía trataba —sin éxito— de independizarse del extranjero; y sus corrientes de pensamiento político más modernas apostaban por una China que pudiera estar a la par de las potencias occidentales.1¿Qué ocurrió entonces para que China sentara las bases de la que sería la segunda potencia del mundo? Para hallar una de las posibles respuestas, tenemos que remitirnos a la diplomacia de Mao Tse-tung (1893-1976) durante sus años de gobierno. La relevancia de la que actualmente goza China en el plano internacional no se puede entender sin analizar la política exterior de la República Popular China, que sirvió para darle un papel central al país y para continuar legitimando internamente la revolución maoísta.
Para comprender las bases del comportamiento de Mao y del Partido Comunista de China (PCCh) en materia de política exterior, es necesario que tengamos dos conceptos claros: el “reino central” y el “victimismo chino”, dos ideas muy arraigadas en la narrativa histórica y política de la China actual, pero que están separadas en el tiempo por un par de milenios.
El “reino central”
Desde el siglo III a. C. China experimentó un proceso de unificación política. Aunque no implicó la unificación cultural y lingüística necesaria para hablar de una “identidad nacional” propiamente dicha, se sentaron las bases de un proceso gradual que desembocaría en una tradición heredada por las generaciones posteriores, hasta manifestarse incluso en la historia china del siglo XX. Una idea muy recurrente en la tradición del gigante asiático es la del “reino central”.
Zhōngguó es el término mediante el cual los chinos denominan a China, y se traduce literalmente como “país central”, aunque el término “país” también puede reemplazarse por comarca, región, Estado, e incluso nación, debido a las múltiples connotaciones geográficas y políticas que tiene la palabra guó en el idioma chino. El término fue consolidándose, en principio, gracias a la dinastía Xia (2700 a. C.-1600 a. C.), que construyó paulatinamente este concepto para destacar la superioridad económica, política y social de los territorios alrededor del río Amarillo o, más específicamente, alrededor de la ciudad de Luoyang, con respecto a las demás tierras —las del sur, el este, el norte y el oeste.2
En los años posteriores, con la administración de las dinastías sucesivas, “China” —entre comillas porque todavía no existía un Estado Chino o una nación China como tal— fue desarrollándose de tal forma que, para el siglo III a. C. (período conocido como el de los “Reinos Combatientes”) existían un total de siete reinos ocupando gran parte del territorio chino actual. Sus identidades culturales gozaban ya de importantes similitudes (aunque no debe pensarse que las semejanzas constituían una identidad nacional), pero sus relaciones políticas eran cada vez más tensas.3 Estas fricciones, sumadas al poder en aumento del reino Qin, provocaron el inicio de las campañas militares que terminaron por unificar China en el 221 a. C., dando comienzo a la breve pero fructífera dinastía Qin (221 a. C.-206 a. C.).
Fue durante la dinastía Qin que se realizaron diversas políticas de unificación, como la centralización administrativa, la designación de una sola capital para todo el territorio —Qin, cercana a la actual Xi’an—, la unificación del sistema de escritura y de las unidades de pesos y medidas, la división territorial de China en provincias, y el establecimiento de un único sistema legal, penal y fiscal, entre otras reformas.4 En consecuencia, se reforzó la identidad común de los ciudadanos chinos de la época. Ya existía algo muy parecido a una identidad cultural en el territorio desde la época de los Reinos combatientes, y la cohesión estatal, administrativa y política fue gradualmente generando una sola China también en lo político. De esta forma, el concepto de “tierra central”, que durante la época de la dinastía Xia hacía referencia a una sola ciudad —Luoyang—, adoptó en los siglos posteriores a la dinastía Qin una connotación política respecto al Estado y su administración, dando origen al concepto de “reino central”.
¿Qué relación tiene con Mao todo esto? La respuesta se halla en épocas posteriores. En el siglo XIX, la idea del reino central adquirió un tinte más abstracto, más sentimental,5 debido a que hacía referencia a la memoria histórica y transmitía el mensaje de la superioridad china respecto de los demás pueblos que se hallan “bajo el cielo”.6 Es decir, la noción del reino central no sólo transmite el resultado tangible de un proceso de unificación producto de varios siglos, sino que, a la larga, representó la visión de China como civilización global. China era vista, desde la perspectiva de los mismos chinos, como un país superior a todos los demás y con un papel político fundamental en el mundo. Esto, sumado a lo que veremos en el siguiente punto, nos permitirá comprender por qué para los chinos fue tan traumática la experiencia del siglo XIX y por qué Mao trazó una política exterior muy peculiar en su tiempo.
El “victimismo” chino
La necesidad de las potencias europeas de nuevos mercados y materias primas hizo que adoptaran una estrategia imperialista en América, África y Asia. Como consecuencia China, después de combatir infructuosamente en la Primera Guerra del Opio, quedó paulatinamente dominada por países como Gran Bretaña y Francia, en primer término, y luego por Alemania, la Rusia zarista y Japón.7 Tal dominación se manifestó especialmente en hechos como la cesión de Hong-Kong a Gran Bretaña en virtud del tratado de Nankin o la toma por parte de Rusia de la provincia de Kulja —actual Kirguistán— en 1871.8
Consecuencia de todo lo anterior, se generó la percepción de que China era una víctima de las potencias imperialistas extranjeras, mucho más que cualquier otra región en el mundo. De esta manera se fue moldeando una narrativa política e histórica que aparecería constantemente en la memoria China: “el siglo de la humillación”.9 Bajo esta óptica, Mao encontraría una motivación psicológica y emocional para tratar de recuperar el papel “central” de China en el globo.
La Influencia de la ideología
Liu Shao-chi, uno de los dirigentes históricos del Partido Comunista Chino, comentaba que el gran logro de Mao Tse-tung fue “cambiar el marxismo de una forma europea a una forma asiática”.10 Ciertamente, cualquier ideología tiene que adaptarse al contexto cultural y social en el que aspira a ser aplicada para que tenga éxito, y el caso chino no fue una excepción.
Para contextualizar, pongamos como ejemplo la Revolución rusa de 1917: el marxismo-leninismo respondió a cuestiones específicas de la situación de Rusia a comienzos del siglo XX. Si bien algunos de sus postulados pudieron ser utilizados con eficacia en otros contextos políticos y culturales —como en el caso chino o el albanés—, los puntos más específicos planteados por Lenin respondieron a la realidad rusa. En otras palabras, Lenin entendió que la clave para aplicar los principios revolucionarios de Marx en una sociedad conservadora y tradicionalista como la rusa era articular tales principios revolucionarios con la cultura del Imperio ruso. De igual forma, Mao entendió que, aunque pudiera inspirarse en el marxismo-leninismo para concebir el socialismo en China, la ideología marxista debía estar ligada a los valores, tradiciones, discursos y narrativas que pertenecían a la cultura china del momento.11 El maoísmo adaptó así el marxismo al contexto chino, introduciendo en él elementos de la memoria histórica como el reino central o el victimismo chino.
La narrativa histórica del siglo de la humillación se combinó con la interpretación a escala internacional de la lucha de clases —la cual explicaba la división del mundo en dos bloques, cada uno representando una clase social distinta—, y dio como resultado uno de los objetivos prioritario de la República Popular China: la destrucción del “viejo” mundo capitalista12 e imperialista, que había provocado, legitimado y consolidado la humillación sufrida por China desde mediados del siglo XIX hasta 1949. De esta manera, la narrativa histórica se articuló con la ideología. Este propósito del Estado Popular Chino se enlazaba al mismo tiempo con la aspiración de crear un “Frente Unido” a favor de la lucha antiimperialista, aunque quienes tomaran las armas a favor de esta causa no fueran necesariamente socialistas.13 A esto se debió el apoyo que brindó Mao a la causa norcoreana en la guerra de Corea o a los nacionalistas vietnamitas en la Primera Guerra de Indochina y en la guerra de Vietnam.14
Retomando el concepto de reino central, Mao procuró que las revoluciones socialistas posteriores a la suya, especialmente las asiáticas, fueran reflejo de lo ocurrida en China. Mao pensaba que cuando la República Popular China se convirtiera en la tierra de igualdad y justicia universales a las que aspiraba, y otros países siguieran las pautas marcadas por el Partido Comunista Chino, China conseguiría el deseado papel central en el mundo.15 Esta necesidad histórica incidió en la inclinación a favor de uno de los bandos de la Guerra Fría cuando se pactó con la Unión Soviética una alianza estratégica a finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, a pesar del comportamiento de Stalin durante la finalización de la guerra con Japón en 1945 y durante el gobierno del Kuomintang (KMT)16 en los primeros meses de la segunda posguerra.17
La ideología marxista-leninista le dio a Mao los instrumentos necesarios para enfrentarse a un ámbito internacional relativamente desconocido para él,18 así como soluciones a las necesidades más inmediatas19 del pueblo chino en ese momento, donde existían algunos sectores de la población que apoyaban las soluciones radicales y revolucionarias en vista de los constantes fracasos de la “democracia burguesa”. Pero no debe pensarse que Mao era un tradicionalista, es decir, alguien que buscara preservar las tradiciones chinas (como se pudo ver durante la “Revolución Cultural Proletaria”).20 El maoísmo se proponía destruir la “antigua” sociedad y el “antiguo” Estado chinos,21 que eran vistos como obstáculos para la implementación del marxismo en China según la interpretación que había realizado Mao de la historia de su país. El reino central y el victimismo chino son dos elementos que fueron articulados con el marxismo para dar como resultado un pensamiento que, en lo esencial, se proponía restaurar el “orgullo chino” a través de la lucha contra el capitalismo y el imperialismo.
Revolución y diplomacia
Desde la segunda guerra Sino-japonesa iniciada en 1937,22 el Partido Comunista Chino y Mao fueron descubriendo la importancia de la diplomacia para lograr sus objetivos políticos en contra de Chiang Kai-shek23. Cuando Estados Unidos entró en guerra contra Japón, a finales de 1941, Mao trató de crear un “frente internacional unido” que permitiera mejorar las condiciones de lucha contra los nipones, así como la limitación del creciente poder ejercido por Chiang Kai-shek.
A medida que avanzaba la guerra y Estados Unidos inclinaba la balanza a su favor en el frente del Pacífico, el PCCh pudo prever la importancia que tendría la nación norteamericana en Asia oriental durante la posguerra y durante el tiempo que costara derrotar finalmente a los japoneses. Así, y respondiendo también a la necesidad de afianzar una ventaja táctica y estratégica que garantizara la victoria en la futura guerra contra el Kuomintang —que era prácticamente inevitable—, el partido de Mao vio con buenos ojos el acercamiento diplomático a los estadounidenses.
Sin embargo, la estrategia diplomática de Mao, iniciada a mediados de 1944, tuvo un éxito efímero:24 al principio, Chiang se distanció de Washington y llegó a tener roces con militares estadounidenses de alto rango que permanecían en China en calidad de asesores —como Joseph Stilwell— y EE. UU. parecía confiar más en los comunistas chinos. Sin embargo, para abril de 1945, Estados Unidos expresó su apoyo al gobierno del Kuomintang, un respaldo que se ratificó oficialmente en diciembre del mismo año.25 Esto acercó aún más al PCCh a la esfera de la Unión Soviética y delimitó cada vez más la línea ideológica que dividiría al mundo en dos durante los siguientes años.26
No obstante, la relación entre los comunistas chinos y la URSS no fue el idilio que cabría esperar en virtud de las ideologías compartidas. Después de la conferencia de Yalta, en febrero de 1945, Stalin logró que Roosevelt —quien tenía influencia en el gobierno de Chiang Kai-shek— le garantizara la devolución de los derechos y privilegios perdidos por Rusia en la guerra contra Japón de 1905. A cambio, debía entrar en la confrontación contra Japón unos meses después de la capitulación de Alemania y además no debía inmiscuirse en los asuntos chinos o brindar apoyo al PCCh. De esta última decisión los soviéticos no informaron a Mao, por lo que este siguió manteniendo la esperanza de que la entrada en la guerra contra Japón por parte de la Unión Soviética fortalecería el Partido y le daría el ímpetu necesario para la victoria final en la lucha contra el Kuomintang.
Los comunistas chinos no apreciarían con claridad esta “vacilante” conducta diplomática del Kremlin hasta agosto de 1945 cuando, después de la rendición japonesa, el Partido Comunista Chino y el Kuomintang se disputaron los territorios antiguamente ocupados por los japoneses, especialmente los ubicados en el noreste de China, de gran importancia estratégica. Tanto el Kuomintang como el Partido Comunista Chino eran conscientes de la ventaja que implicaría controlar los vastos terrenos que hasta entonces habían conquistado los nipones en China, por lo que ambos partidos intentaron hacerse con ellos.27 En consecuencia, Chiang Kai-shek, al ver el poder que había acumulado el Partido Comunista durante la guerra contra Japón, decidió poner las cosas a su favor y, a mediados de agosto de 1945, firmó con la Unión Soviética un tratado de amistad y ayuda mutua —beneficiando territorialmente a la URSS—, que dejó desconcertados a los miembros del PCCh. No obstante, Mao no confrontó a Moscú directamente, sino que entendió la importancia estratégica de la URSS en su lucha —además de prever que el Kremlin no iba a dejar solos a los comunistas chinos—, por lo que decidió hacer caso a los llamados de Stalin para negociar con Chiang Kai-shek.
En cualquier caso, las negociaciones que empezaron a finales de agosto y se extendieron hasta octubre de 1945 quedaron en nada, y la pasividad de Mao respecto a la URSS fue recompensada meses después con el rompimiento de facto del acuerdo firmado con Chiang Kai-shek. Asia Oriental se convirtió en el primer escenario donde las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética se empezaron a acentuar rápidamente, hasta el punto de que Washington tuvo que renunciar a apoyar militarmente al Kuomintang para evitar una confrontación con los soviéticos. Estos, por tu parte, tuvieron que apoyar de manera muy sutil a los comunistas para evitar un enfrentamiento con los estadounidenses.
Las circunstancias que dieron lugar a que Estados Unidos dejara de apoyar militarmente a Chiang se dan en un período de rivalidad entre el Partido Comunista Chino y el Kuomintang, donde se evidenciaría que la diplomacia tuvo una relación más estrecha con los acontecimientos que ocurrieron en el interior de las fronteras chinas que con los del exterior. La lucha entre el Partido Comunista Chino y el Kuomintang por el poder en China se vio muy influenciada por la forma en que la Unión Soviética y Estados Unidos se relacionaban en el ámbito diplomático. Por ejemplo, cuando la Unión Soviética se enteró de las intenciones estadounidenses de asegurar el control total de Japón, hizo más evidente el apoyo hacia los comunistas chinos que se habían establecido en Manchuria (noreste chino). Del mismo modo, en octubre de 1945 Moscú convenció al Buró noreste del Partido Comunista Chino de mover 300.000 tropas a Manchuria en el plazo de un mes. Como consecuencia de esto, las relaciones entre el Kuomintang y los soviéticos entraron en crisis, por lo que Chiang solicitó la ayuda de Truman, quien a comienzos de noviembre de 1945 ordenó mover navíos de la Armada estadounidense a unas pocas millas de Port Arthur (la actual Luyshun). En esos días, Chiang ordenó el ataque contra el paso de Shanhaiguan, controlado por los comunistas. Los soviéticos, al ver que el conflicto estaba escalando rápidamente, aceptaron hacer concesiones y ordenaron a los comunistas chinos retirarse de áreas importantes como el ferrocarril de Changchun.
A pesar de esto, Estados Unidos percibió que la situación en China estaba lejos de calmarse. Truman ordenó en primer lugar el cese del apoyo militar a Chiang Kai-shek, como habíamos mencionado antes. Luego, a finales de diciembre de 1945, envió al General George Marshall para que mediara entre el Partido Comunista y el Kuomintang y de esta manera conseguir un acuerdo pacífico entre los dos partidos. En un principio, la Misión Marshall pareció funcionar, pues los comunistas chinos acordaron un armisticio con el Kuomintang en enero de 1946. Sin embargo, debido a las antiguas tensiones entre comunistas y nacionalistas, un acuerdo era prácticamente imposible y, para junio de 1946, el recrudecimiento de la guerra civil ya había dado comienzo en la batalla de Siping.28
Sería incorrecto afirmar que la sola existencia de la acción diplomática en la revolución de 1949 y en sus antecedentes inmediatos vuelve especial o único este acontecimiento. Ciertamente, ha habido revoluciones en la historia que han tenido un componente diplomático relevante. La dinámica del conflicto entre los comunistas y los nacionalistas en la China del siglo XX se vio determinada por la diplomacia entre soviéticos y estadounidenses, especialmente desde 1945, aunque esta no fue la única variable. Las tensiones entre el KMT y el Partido Comunista Chino datan del momento en que Chiang Kai-shek se convirtió en líder supremo del Kuomintang y fueron aumentando desde 1927, cuando los nacionalistas empezaron a purgar de sus filas a los comunistas.29 Incluso durante la guerra contra Japón, que hizo que los nacionalistas y los comunistas declararan un alto el fuego —al menos nominalmente—, hubo hostilidades entre estas dos facciones políticas.30 Se podría decir que la acción diplomática se articuló con la lucha que llevaban a cabo las dos facciones políticas más grandes del país y, después de 1945, la diplomacia entre soviéticos y estadounidenses se reflejó con claridad en la dinámica de la pugna por el poder en China.
Mao y los soviéticos
Con la conquista del poder político en China, el Partido Comunista trató de realizar los cambios sociales, estatales y políticos necesarios para cambiar la narrativa histórica de China como víctima del imperialismo occidental, así como restaurar el papel central y de superioridad de China en relación con las demás naciones en el mundo. El primer movimiento diplomático de Mao y sus camaradas fue inclinarse a favor del bando liderado por la Unión Soviética, en un momento en el cual ya era palpable la división del mundo en dos bloques que se disputaban el control global. Sin embargo, es importante recalcar que la inclinación a favor de uno de los bandos respondió a tres cuestiones importantes: los compromisos ideológicos con la Unión Soviética, las preocupaciones sobre la seguridad china por parte del PCCh y la influencia de la idea del reino central en la política exterior.
Con respecto al primer punto, podemos observar que la común ideología marxista-leninista de China y la URSS sirvió como catalizador en la conformación de una alianza estratégica entre soviéticos y chinos, aunque desde la perspectiva que plantean autores como Chen Jian, a Stalin no le preocupaba mucho quién ganara en China, sino quién accediera a sus pretensiones territoriales y políticas. Si bien posteriormente las interpretaciones de la ideología influirían en la decadencia de la alianza sino-soviética, es imposible negar el papel que jugó el marxismo-leninismo para unir diplomática, política y económicamente a Pekín y a Moscú.31 Para Mao, el Estado soviético estaba al frente de la revolución proletaria internacional y, por tanto, encarnaba a la clase trabajadora explotada por una burguesía representada, en el plano internacional, por el bloque capitaneado por Estados Unidos.
Respecto a la seguridad china, hay dos dimensiones importantes para analizar, una particular y una general. En la dimensión particular, para el Partido Comunista Chino y para Mao todavía era reciente el recuerdo de la guerra civil china, en la cual los estadounidenses dieron su apoyo al gobierno de Chiang Kai-shek. Esto hacía que los Estados Unidos fueran percibidos como una amenaza para la revolución. En los meses anteriores a la victoria sobre el Kuomitang, Mao expresaba sus preocupaciones sobre una intervención armada de Estados Unidos en la guerra civil,32 preocupaciones que continuaron durante el período de la República Popular y finalmente fundamentaron la intervención china en la guerra de Corea de 1950. Desde la perspectiva general, la percepción por parte del Partido Comunista Chino de EE. UU. como una amenaza para la revolución y sus objetivos se reforzaba por el resentimiento generalizado del pueblo chino hacia las tentativas de dominación extranjera que se habían producido en el “siglo de la humillación”. Este temor tenía sus raíces en la narrativa histórica del siglo XIX y pudo además verse reforzado por la “teoría de la zona intermedia”. Esta teoría, creada por Mao, decía en pocas palabras que entre EE. UU. y la Unión Soviética había una serie de naciones oprimidas, víctimas del imperialismo o el colonialismo de Occidente y que, para que una superpotencia pudiera derrotar a la otra, se haría necesario para ambas intervenir en esas naciones oprimidas, estando China entre ellas.33
Finalmente, Mao vio en la URSS un aliado que podría colaborar en la recuperación económica de China, de manera que el país asiático dejara de ser una potencia débil y pudiera derrocar al “viejo” mundo. Mao nunca se guardó sus intenciones de convertir a China en un país de “igualdad y justicia universales”,34 por lo que consolidarse como una potencia fuerte en el ámbito internacional repercutiría en su capacidad de influir en las revoluciones del resto del mundo y de esta manera poder exportar la fórmula revolucionaria china a otras naciones que verían en la República Popular China el “Estado central” de todo el mundo revolucionario, devolviéndole, en consecuencia, el papel central a China en el globo.
En cualquier caso, las relaciones chino-soviéticas estuvieron marcadas por la tensión desde sus inicios. Durante la intervención china en la guerra de Corea, la URSS de Stalin trató de mantenerse distanciada de cualquier confrontación directa, especialmente desde el desembarco estadounidense en Inchon en septiembre de 1950. Además, Stalin contribuyó a incrementar las tensiones con China al fomentar la intervención de este país en la conflagración, pero sin especificar cómo se iba a materializar el apoyo soviético.35 Después de finalizada la confrontación coreana, la Unión Soviética cobró el apoyo militar a China, que no sería pagado hasta 1965.36
La política de la URSS en Corea convenció a Mao de que China debía dirigir el movimiento comunista mundial, debido a la poca sofisticación de los dirigentes soviéticos en la toma de decisiones cruciales en el ámbito internacional. Si bien en los años 1954-1955 las relaciones entre soviéticos y chinos alcanzaron una época dorada, los años siguientes marcarían el inicio de la decadencia de la alianza estratégica entre los dos gigantes socialistas. La “desestalinización” de Kruschev sumada la gestión de la Revolución húngara de 1956 —las revueltas antisoviéticas de ese año—, hicieron que Mao se sintiera legitimado para tomar la “espada de Lenin”, que había sido heredada por Stalin que y ahora le correspondía a él. Podría decirse que la ruptura sino-soviética se produjo principalmente por la intención maoísta de tomar el timón en la revolución proletaria mundial y erigir las revoluciones siguientes conforme el modelo chino.37
A partir de la década de los sesenta las tensiones se agudizaron. Los soviéticos criticaron la implementación del “Gran Salto Adelante”38 y condenaron abiertamente a Enver Hoxha, líder de la República Popular de Albania que era apoyado por los chinos. Asimismo, hubo denuncias mutuas después de la Crisis de los misiles de 1962. Mientras los chinos acusaban a los soviéticos de haber capitulado ante EE. UU., los soviéticos achacaban a los chinos la incapacidad para prever las consecuencias de una guerra nuclear. Sin embargo, después de 1963 —con la caída en desgracia de Nikita Kruschev y su salida como Secretario General del PCUS—, la Unión Soviética buscó reconciliarse con los chinos, aunque estos intentos fueron infructuosos.39 Por un lado, Pekín se mantenía en su posición sobre el “imperialismo soviético” y, por otro, Moscú seguía acusando a China de “desviaciones” ideológicas.
Mao, Vietnam y EE. UU.
Desde mediados de los sesenta la China de Mao había empezado a apoyar a los revolucionarios comunistas vietnamitas.40 Como hemos comentado más arriba, el Partido Comunista Chino apoyaba movimientos como el liderado por Ho Chi Minh —padre del Vietnam actual—, en tanto que era anticolonialista y tenía simpatías hacia el marxismo. Pero el apoyo que brindó China a este país se topó con el acercamiento de Vietnam del Norte a la URSS, lo que resintió las relaciones entre vietnamitas y chinos.41
La situación internacional de comienzos de los años setenta no era favorable para Mao ni para su partido. La URSS les había dado la espalda y los países del sureste asiático con los que había posibilidad de entablar lazos amistosos eran más cercanos a los soviéticos que a los chinos —exceptuando a Camboya, donde el régimen de los Jemeres Rojos seguía oficialmente la línea maoísta. La explicación de las “simpatías” que despertaba la URSS en esa zona de Asia se puede encontrar en el mismo conflicto sino-soviético y en los antecedentes históricos más inmediatos.42
Internamente, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural Proletaria habían creado una atmósfera de tensión en el interior del Estado y el pueblo de China. Mao sentía que sus aspiraciones de brindar a su país un papel central en el ámbito internacional se esfumaban rápidamente. Al percibir esto, es posible que Mao viera en Estados Unidos la única posibilidad de conseguir un medio para la consolidación de China como un poder central en el mundo.43
Febrero de 1972 es una fecha histórica en la diplomacia sino-estadounidense: Richard Nixon se vio cara a cara con el dirigente máximo del Partido Comunista Chino. Esto significó un viraje drástico en la forma en la que se habían llevado a cabo las relaciones internacionales entre EE. UU. y China hasta el momento (los estadounidenses habían reconocido solo a Taiwán). Claramente, la visita tenía como objetivos cuestiones más concretas que la “distensión” diplomática en Asia. Nixon conocía de antemano que las preocupaciones chinas giraban en torno a la protección norteamericana de Taiwán, el posible rearme japonés y la división de la península coreana,44 de modo que las conversaciones entre el gobierno de EE. UU. y el PCCh tomaron estos temas como ejes centrales. Washington reconoció la existencia de una sola China —teniendo en cuenta que Taiwán tiene por nombre oficial República de China— y, a su vez, China renunció a su aspiración de “superpotencia” al rechazar limitar la influencia estadounidense en la región, entre otros acuerdos que permitieron distender las relaciones diplomáticas en Asia Oriental. Como expresó Henry Kissinger, el acercamiento entre China y EE. UU. configuró una “semialianza” donde China no buscaba limitar “la proyección del poder estadounidense”, sino más bien tener un apoyo estratégico que sirviera de contrapeso a la “hegemonía del Oso Polar” soviético en Asia y Europa.45 En síntesis, el primer comunicado conjunto —resultado de la visita de Nixon a China en 1972— entre China y EE. UU.,46 fue el primer acuerdo diplomático entre las dos potencias en casi dos décadas de tensiones y crisis, además de permitir soluciones importantes en cuestiones relativas a la geopolítica en Asia.
Conclusiones
Como hemos visto, la memoria histórica influyó en la concepción china del marxismo. En concreto dos ideas presentes en la narrativa histórica y cultural del país, el victimismo y el concepto de país central, perfilaron algunos de los objetivos más importantes de la política exterior de la República Popular durante la era Mao. No obstante, es pertinente decir que el marxismo chino no fue concebido simplemente como un instrumento para restaurar el “orgullo” nacional. Tanto Mao como el Partido Comunista Chino tenían convicciones marxistas, tal y como demuestran sus políticas —como la Revolución Cultural, que en esencia planteaba la creación de una sociedad china totalmente nueva—, la manera en que se manejó la lucha contra Chiang Kai-shek —especialmente durante y después de la guerra contra Japón— o en la teoría que concibieron los comunistas chinos a partir del marxismo.47
La modernización del Estado, de la sociedad y de la política en China —motivaciones internas de la revolución—, se entrelazaban con la meta de crear una “sociedad modelo” que fuera seguida por las naciones oprimidas de Asia y del mundo y, en consecuencia, implicaba la aspiración de que China fuera la protagonista del cambio en el globo, esto es, que tuviera un papel central en la comunidad internacional. En este orden de ideas, la ruptura con la Unión Soviética respondió principalmente a factores ideológicos, pero el hecho de que la ideología incidiese en el distanciamiento entre Pekín y Moscú se debe también al objetivo de Mao de consolidar a la República Popular como un Estado con un papel político fundamental en el mundo. Si China se mostraba como la “verdadera” república marxista, los movimientos comunistas en el mundo no tomarían como modelo a la URSS, sino que seguirían las pautas marcadas por Pekín. Esto derivaría, en última instancia, en la consolidación de China como el “cuartel general” de la revolución proletaria internacional y como eje central de los países socialistas en el mundo. Por otro lado, la experiencia de la China de Mao en la Guerra Fría desarrolló el entrelazamiento entre la narrativa histórica del país y las ideas del marxismo. Mao quiso demostrar que la aspiración de la revolución proletaria internacional no podía realizarse si China no recuperaba su papel de protagonismo y superioridad en el tablero de la diplomacia global.
También es destacable la dinámica de las relaciones entre los soviéticos y los chinos. En principio, la común ideología marxista sirvió para unir a Moscú y a Pekín en una alianza estratégica, pero las diferencias en cuanto a su interpretación distanciaron a las dos potencias socialistas. No obstante, la común ideología no fue el único factor que determinó el auge y decadencia de la alianza sino-soviética: Mao y el Partido Comunista Chino percibían como “superiores” a los soviéticos en el sentido de que Moscú no estaba tratando como iguales a sus camaradas de China, circunstancia que molestaba a Mao.48 El líder comunista chino veía en esta situación un obstáculo para situar a China como poder político fundamental en el ámbito internacional. Es decir, la noción de reino central, ligada en este aspecto a la idea del siglo de la humillación, fue un impulso determinante en el deterioro de las relaciones entre Moscú y Pekín.
De igual forma, cuando la República Popular se vio aislada en Asia y en el bloque socialista, Mao buscó la manera de conseguir para China el protagonismo político a escala internacional mediante el acercamiento a Estados Unidos —la única superpotencia del momento además de la URSS. Ambos países tenían intereses en estrechar lazos diplomáticos: por un lado, China buscaba aliados poderosos que le permitieran salir del estatus de “potencia débil” y le ofrecieran un camino para conseguir la deseada posición central en el mundo. Por otro lado, Estados Unidos quería mermar la influencia comunista en el Sudeste Asiático. Visto así, el acercamiento de Pekín a Washington no fue una acción ideológica sino pragmática. Mao tenía como objetivo darle a China un rol central en el mundo y Estados Unidos, en la coyuntura del momento, era el único país que podía ofrecerle un camino real para cumplir ese objetivo. Si Xi Jinping —actual dirigente de la República Popular China— es comparado con Mao hoy en día, es precisamente porque su política exterior ha buscado devolverle a China su rol de reino central frente al mundo.
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Notas