Sobre la necesidad de una «teoría efectiva» en el discurso mediático.
Hay un sentimiento de vacío, de mentira, o más precisamente de falta de verdad, que se viene acomodando en mí desde hace un tiempo cada vez que pongo la radio o abro un periódico y escucho o leo discursos sobre sucesos que se refieren a nuestra sociedad como un conjunto. Hay un fallo en el lenguaje. Un abismo que siento insuperable, casi precisamente por el hecho de que nadie lo menciona. Nadie parece haberlo visto, pero desde un punto de vista «físico» (me refiero a la física como disciplina científica), albergo la sospecha de que reparar esta ausencia podría abrir la puerta a entender un poquito, a conseguir una verdad tal vez minúscula pero existente, sobre los acontecimientos que se nos describen cada día.
El problema, el desasosiego, la sensación de ceguedad inesperada, se produce cada vez que oigo el relato de una tragedia perpetrada por una sociedad en su conjunto. Los ejemplos ineludibles: la valla de Melilla, la jungla de Calais. También incidentes más cotidianos como el precio de la luz. O cómo no, el nuevo favorito de los diarios, el ascenso al poder de Trump, y la consiguiente opresión que ya viene ejerciendo. La realidad es que cada día somos bombardeados con innumerables narraciones que no encajan con el relato personal de acuerdo al cual tratamos de vivir. El mundo es injusto, la vida es así, dicen algunos. Pero es que esto no lo está haciendo el mundo, lo estamos haciendo nosotros. La impotencia se desata al darme cuenta de que trato cada día de conducir mis acciones cotidianas según unos valores de amor, compasión y solidaridad con las personas con las que interactúo directamente, pero al mismo tiempo, como parte de una sociedad, llevo a cabo actos en directa oposición con estos principios. ¿Cómo es esto posible? ¿Cuál es el papel que los medios de comunicación desempeñan? ¿Cuál es el papel que podrían desempeñar?
Me gustaría detenerme un momento y presentar una idea que ha madurado en el marco de la física. Esta idea es la semilla de mi esperanza. Mi artículo consiste sólo en una propuesta: intentar aplicar esta idea como lente para inspeccionar las preguntas arriba planteadas. El concepto que quiero presentar se conoce como «teoría efectiva». Tiene que ver con la diferencias que surgen al analizar un mismo sistema físico desde varias escalas diferentes. Un ejemplo podría ser el agua que fluye a través de una tubería. Desde una escala microscópica necesitamos una descripción del sistema en términos de átomos y moléculas de H2O, necesitamos tener en cuenta la carga eléctrica en cada molécula, y las fuerzas que se producen debido a ellas. A escala macroscópica, cuando describimos el flujo del agua a través de la cañería, tenemos que abandonar la descripción molecular, y encontrar unos parámetros nuevos que ayuden a la comprensión del sistema: densidad del fluido, viscosidad, etc. Por supuesto, los parámetros nuevos pueden relacionarse con los parámetros viejos. Habrá propiedades de las moléculas individuales que corresponderán con el volumen o la temperatura del líquido en su conjunto. Desde el punto de vista de la física, ninguna de las dos descripciones es más verdadera que la otra, ambas son igualmente útiles para describir el sistema, dependiendo del ángulo en el que estemos interesados.
Quiero destacar que hoy por hoy, el concepto de «teoría efectiva» ha calado muy hondo en la física teórica, casi hasta situarse como un pilar necesario con el que hemos construido y seguimos construyendo nuestro conocimiento sobre el universo: no existe ninguna teoría fundamental, cada escala necesita su propio modelo, incluso su propio lenguaje podríamos decir. Por ejemplo, las moléculas de agua pueden describirse con el lenguaje de la mecánica cuántica, que predice la probabilidad de encontrar a los electrones que la conforman a una distancia determinada de los distintos núcleos atómicos. Si quisiéramos saber qué ocurre dentro de cada núcleo deberíamos abandonar este lenguaje, en pos de una descripción de partículas más minúsculas, como quarks o gluones, que requieren un nuevo tratamiento, y necesitarán ser descritas como campos cuánticos relativistas. Si nos vamos a escalas más grandes, como el sistema formado por la Tierra, que contiene la tubería y el agua, orbitando alrededor del Sol, necesitaremos una teoría completamente distinta, la relatividad general de Einstein, por ejemplo. En escalas más grandes, como las de la dinámica de nuestro sistema planetario surcando el espacio a través de la Vía Láctea, la relatividad general comienza a mostrar problemas, y antes o después aparecerá un nuevo lenguaje, una nueva teoría que corresponda a esta escala determinada.
Volviendo al problema que me ocupa, creo que las teorías efectivas, y el hecho que la física ha aceptado ya -escalas distintas requieren lenguajes diferentes- podría aportar grandes beneficios si se aplicase a otros campos. En concreto, creo que una de las causas de incomprensión de las noticias que recibo diariamente, es la ausencia de este lenguaje diferente para una escala de acontecimientos distinta a los eventos que experimentamos directamente cada día. Los eventos que conciernen a cientos de personas tienen una magnitud diferente a mis interacciones cotidianas. Sin embargo, todos los discursos que recibimos, todos los relatos que nos son presentados, están confeccionados con las mismas palabras, con las mismas ideas, que utilizamos para entender las relaciones interpersonales de «tú a tú» que se desarrollan entre dos o tres personas. Palabras como solidaridad, amor, buena persona, tacaño, valiente, respetuoso, forman parte de un lenguaje que empleamos diariamente para entender nuestras relaciones con otras personas singulares. Son palabras que encajan en otro tipo de discursos que también consumimos: películas que cuentan la historia de unos pocos personajes con nombres y apellidos, libros de ficción, o las cartas o emails que recibimos. Incluso las entrevistas a determinadas personalidades, que son discursos que existen dentro de la propia radio o prensa, pueden muy bien acomodar este tipo de palabras. El problema reside en que esta perspectiva persiste cuando el discurso analiza lo ocurrido a millares o millones de personas. Oímos discutir sobre si la Unión Europea es o no solidaria, sobre cuáles son los sentimientos de Reino Unido como país hacia los inmigrantes. Sobre la subida del precio de la luz a principios de año, recibimos un sinfín de testimonios individuales, coronados por las palabras proféticas de Rajoy prediciendo lluvia y, por lo tanto, bonanza. Recibimos también las noticias de personas concretas que han muerto entre las llamas en su casa. Personas a las que se les habían cortado la luz y que encendían velas para entrar en calor. Se nos encoge el corazón y nos invade la impotencia. Porque como individuos es muy difícil actuar ante estas noticias.
A mi entender, para que se pueda discernir con claridad qué ha ocurrido necesitamos aceptar que estos problemas necesitan una nueva óptica. Necesitan un nuevo lenguaje, nuevas palabras para hablar de ellos, porque son problemas que aquejan a un grupo de personas causados por otro colectivo. Los colectivos de personas no son solidarios, ni pueden amar u odiar. Los grupos de gente no son valientes o tacaños o miserables, por mucho que nuestros discursos traten de clasificarlos como tales. Si queremos llegar a comprender los hechos que acontecen a nuestro alrededor, a una escala mayor que la que conforman nuestros vecinos, amigos y familia, necesitamos abandonar este tipo de descripciones. Necesitamos una nueva «teoría efectiva» para hablar de una realidad que corresponde a una escala diferente. Y el nuevo lenguaje no debe de estar confinado solo a las esferas académicas. Debe ser utilizado por los medios, debe llegar a nuestros smartphones y a nuestros portátiles para ponerse realmente a nuestro servicio. En este respecto, siento profundamente que los medios de comunicación podrían ser los pioneros en generar unos instrumentos, unas ideas necesarias, que nos ayuden a comprender estos eventos de una forma más precisa y con menor sensación de impotencia.