Siri, ¿quién eres?

Texto: Àlex de Dios
Ilustraciones: Sara Velasco

Cualquiera que haya jugado con su smartphone habrá llegado a encontrarse con un curioso habitante que vive en su teléfono. Dependiendo de la marca se llamará Siri, Assistant o Cortana. Todos ellos son agentes virtuales programados para gestionar la información personal e intereses que proporcionamos al sistema operativo, buscadores o aplicaciones con el fin de mejorar y agilizar nuestra experiencia como usuarios y de sugerir funcionalidades o productos y servicios. Pese a que uno de sus servicios es la resolución rápida de preguntas, existen algunas que no serán capaces de responder: Assistant, ¿eres humano?; Siri, ¿cuál es tu algoritmo de aprendizaje?; Cortana, ¿cuánto cuesta desarrollarte? Probablemente la respuesta será una evasiva simpática o una invitación a buscar tu pregunta en Internet y, desde luego, no es que no nos hayan entendido, es que son mucho más celosos de su intimidad que nosotros.

 

A raíz de las preguntas que un Asistente no nos quiere responder vemos que la idea de una inteligencia artificial omnipresente y omnipotente pierde fuerza. Nos deja entrever que su potencial está limitado por una serie de secretos de naturaleza existencial y económica que lo reducen a un producto digital más que huye del espionaje industrial. Un Asistente virtual es resultado de avances en el terreno computacional, puesto que se comercializa como un servicio para ordenadores; lingüístico, ya que su interfaz está basada en la conversación; y pedagógico, puesto que emplea complejos algoritmos de aprendizaje.

 

Su software condensa tendencias macroeconómicas y geopolíticas y, como veremos posteriormente, es uno de los abanderados de un cambio de época. Para acercarnos a los Asistentes virtuales como una expresión de la globalización y como profeta de su hegemonía es necesario plantearlo como un producto al cual se le ha asignado un relato concreto (el famoso branding, que llena de historias a las marcas y a nuestros objetos cotidianos) y que de invención con potencial y origen desconocidos tiene poco. Veremos que la forma de existir de un Asistente y la forma en la que se consume como producto está muy vinculada con la de Internet.

 

 

Hacia la información y el conocimiento como protagonistas económicos

 

 

Galatea, el Golem, el hombre de hojalata, Hal 9000, Her… Son figuras que forman parte del imaginario occidental y que enmarcan un precedente mitológico del Asistente. Para tomar perspectiva sobre el desarrollo material de este producto es necesario remontarnos a la modernidad, que quiso librar al hombre de incertidumbre, de los caprichos de la naturaleza y pasarla por el filtro de la razón, lo que, en última instancia, le permitiría reproducirla. Viento en popa y a toda vela, como decía el poeta, la modernidad se encaminó hacia ese horizonte, dejando tras de sí una estela de innovaciones tecnológicas y cambios socioculturales.

En paralelo a esta emancipación de la razón durante la modernidad, a partir del siglo XIX, y debido al abandono del mercantilismo, aparecen nuevos modos de producción que, gracias a las innovaciones tecnológicas, amplían los mercados, mejoran la circulación de productos y aumentan la fabricación de bienes de consumo. Como consecuencia, estos nuevos modos de producción empiezan a marcar las tendencias de consumo en occidente, haciendo que cada vez sea mayor la demanda de productos y servicios y especializando cada vez más la fabricación y los productos. Los Asistentes, tal y como los entendemos hoy, son un producto encargado de gestionar información, así que deben analizarse desde la configuración económica del “saber”, es decir, el valor económico que ha adquirido la información y la producción de la misma desde que se asentaron las estructuras económicas que han dado pie a la globalización.

 

La tradición occidental daba al saber una condición ontológica, resumida en el aforismo: “el saber es ser”. Según la filosofía clásica el saber era una condición necesaria para el crecimiento interior del individuo. El avance del pensamiento y los progresivos cambios económicos y sociales desplazaron el conocimiento del “ser” al “hacer”, es decir, hacia la técnica. La Ilustración trajo las enciclopedias, el método científico, los manuales y los libros de texto. Todo este clima ilustrado contribuyó a pensar en cómo producir mejor y dotar de rumbo y orden a los estados y la sociedad, permitiendo que la productividad fabril, ya pasada la revolución industrial, alcanzase máximos de eficiencia con el Taylorismo y el Fordismo. 1.

 

Desde entonces, el enriquecimiento fue parejo con la optimización de la producción, apoyándose en innovaciones técnicas que mejoraron su eficacia y crearon nuevos mercados. Con las sucesivas crisis económicas a partir de los años 70 y la automatización de los procesos, el “saber hacer” dejó de ser tan importante para desplazarse hacia el “saber saber”, hacia la investigación y la gestión de la información. El valor ya no se encuentra en un producto sino en algo inmaterial como el conocimiento. Para muchas corrientes de pensamiento este cambio económico y sus correspondientes réplicas sociales y culturales inauguran el postcapitalismo.

 

El horizonte del postcapitalismo y la posmodernidad (el equivalente histórico del postcapitalismo) ahora se encuentra en la revolución de unos modos de producción obsoletos y unos mercados mucho más exigentes y volátiles. A partir de los años 90 el mercado se ha ido articulando en torno a la información y a sus procesos de difusión, el valor inmaterial del conocimiento ha dado un carácter incorpóreo a los productos y servicios resultantes de este cambio económico. Por ejemplo, la explosión de medios de comunicación alternativos a partir de los 2000 que consiguen una gran cantidad de tráfico esparciendo sus noticias en redes sociales; la comercialización de aplicaciones o dispositivos que proporcionan información sobre el estado físico del usuario (las aplicaciones de registro para hacer ejercicio físico, los contadores de pasos…); o el algoritmo de indexación de Google, central en el modelo de negocio de la compañía.

 

Así mismo, las dinámicas de consumo también se han ido volviendo invisibles, sobre todo con Internet, donde la apariencia de gratuidad, inmediatez y simultaneidad de los intercambios materiales es recurrente. El hito de la llamada “economía del saber” es la externalización y objetivización de los procesos mentales para ser estandarizados como productos de consumo, categoría del mercado en la que podremos encontrar a nuestros Asistentes virtuales, surgidos a principios de los años 60 con el boom de la computación y perfeccionados hasta su incorporación masiva en los teléfonos móviles a partir de los 2000.

 

 

Un usuario y una montaña de datos

 

 

La popularización de los Asistentes es debida a la gran cantidad de datos e información que manejamos gracias a dispositivos como el teléfono móvil. Necesitamos un servicio de gestión de esta información y que nos aporte un valor añadido, como el aprovechamiento de los datos que registra nuestro teléfono para darnos sugerencias u ofrecernos publicidad pertinente. Todo ello enmarcado en el mito de la inteligencia artificial que han reforzado las grandes compañías de la telecomunicación como Google, Apple o Tesla, entre otras. Este mito dicta que un interlocutor mecánico tiene que parecer mínimamente humano (tener sentido del humor, por ejemplo) y ser capaz de retroalimentar al usuario de forma útil. Ofrecer esta perspectiva «humana» de la inteligencia artificial hace que el producto tenga una mejor aceptación a la hora de manejar datos privados o personales, que no se perciba como invasivo y que, al mismo tiempo, mejore la imagen de marca de la empresa desarrolladora.

 

Tal y como están planteados, puesto que requieren de un ordenador personal para funcionar, los Asistentes virtuales necesitan estar inscritos en nuestra intimidad para gestionar la información que almacenamos en cualquier dispositivo que cuente con un Asistente virtual. Assistant, Siri y Cortana son hijos de su tiempo: no tienen cuerpo, son aparentemente gratuitos, se dedican incansablemente a gestionar la información que producimos (nuestra agenda, alarmas, gustos…), la información que conocemos (como en el caso de los nuevos asistentes en vehículos con detección de frenado) y la información a la que tenemos acceso a través de Internet.

 

¿Qué sería de HAL 90002 sin su ordenador central? Probablemente la historia hubiese sido otra. De nuevo en los 90, la década de los ordenadores personales, cuando la máquina de procesamiento de datos y cálculo avanzado se convirtió en un mediador de contenidos culturales, científicos y artísticos con la aparición de la web, se renombró al ser humano como “usuario”, término significativo de que la relación entre el hombre y la máquina había cambiado. El humano ya es distinto ante una máquina, es otra cosa vacía de contenido y plenamente personalizable. Las usuarias ahora pueden narrar su propia identidad en internet y pueden hacer circular contenido a escala global.

 

 

Espacios de intención y espacios de interacción

 

 

La disciplina que se ocupa del desarrollo eficiente de estos espacios de interacción entre el hombre y la máquina es la “Human-Computer Interaction” (HCI). Esta disciplina tiene como objetivo la construcción de interfaces que mejoren la conversación y el intercambio de información entre máquina y humano.

 

Una interfaz, la plasmación gráfica del lugar de intercambio entre máquina y hombre, opera a tres niveles: físico, por las vías de interacción que ofrece, es decir, qué comunicamos al hacer clic en el ratón o al pulsar una tecla; cognitivo, cómo se organiza la información y se facilita que el usuario acceda a ella; y afectivo, al hacer de la interacción una experiencia placentera y bidireccional. La viabilidad de estos tres niveles de interacción requiere que la percepción humana capte los estímulos que envía un ordenador y sea capaz de responder. El sentido que empleamos, ya sea la vista, el oído, el tacto o una combinación de varios, define la modalidad de la interfaz. Es posible que una interfaz no se ciña solamente a la vista, como la interfaz de un reloj digital, sino que combine varias, como la vista y el tacto, en el caso de la interfaz de un procesador de textos: en este último caso hablaríamos de «multimodalidad».

 

En el caso de los Asistentes, la multimodalidad de las interfaces y el diseño adaptable a distintos dispositivos informáticos es la base de la llamada «inteligencia ubicua», un efecto por el que se crea la ilusión de supresión de la interfaz y el ordenador, volviéndola invisible para los humanos y a la vez rodeándolos. Cuando podemos interactuar con un ordenador con todos nuestros sentidos y en cualquier lugar, es probable que se cree la ilusión de desaparición del dispositivo físico. Algunos casos muy incipientes de «inteligencia ubicua» son los Asistentes virtuales de sobremesa, a los cuales podemos dirigirnos desde una distancia suficiente como para no ver el aparato, los teléfonos móviles con auriculares y micrófonos inalámbricos que podemos operar sin sujetarlos, etc. En definitiva, una interfaz es un espacio con una simbología e iconografía propios, como el libro usó el lenguaje escrito y la televisión las imágenes, que aspira a hacerse invisible ante su usuario de acuerdo con los cánones de la industria.

 

Como comentábamos, los Asistentes virtuales quieren negarse como software, quieren parecerse más a un ente pensante que a una máquina. Esto lo consiguen a través de la multimodalidad y adaptabilidad a otros dispositivos. Con este ejercicio de emancipación se constituyen como uno de los representantes de la crisis de los medios tradicionales, causada porque Internet ha devorado todos los medios de comunicación existentes antes de los 90 y los ha hecho converger en un flujo de información en el que encontramos mezclados escritura, vídeo, radio, etc. Como ejemplo, las portadas de los periódicos digitales ya acompañan la información escrita con vídeos y enlaces a podcasts y a otras webs.

 

Siguiendo el ejemplo, Cortana está conectado a Internet, nos envía información del tiempo, noticias referentes a Donald Trump de los periódicos que nos gustan, nos propone vídeos para ver, etc. En definitiva, sabe a qué flujos de información nos adscribimos gracias a sus sistemas de aprendizaje predictivos —lo cual le valió la etiqueta de inteligente—, toma la decisión de hacernos llegar ciertos bits de información y los materializa en el momento adecuado y a través del catálogo de softwares a los que tiene acceso, ya que es posible que nos dirija a otras apps o dispositivos. Los Asistentes son un software que por operar en Internet no puede asociarse a un medio, sino que se configura como medio en sí mismo. El concepto de “medio” tradicional implicaba soportes que transmitían información de forma particular dependiendo de sus características técnicas y sus modos de consumo. Por ejemplo, la televisión tenía una programación que el usuario no podía saltarse e implicaba estar sentado frente a ella para consumirla. Este planteamiento no puede mantenerse después de los procesos de convergencia digital; la separación física ya no existe entre usuario, contenido y medio.

 

 

¿Qué espera Siri de nosotros?

 

 

El hecho de que nuestro comportamiento frente a la información sea lo que determine las interfaces hace que su personalización sea obligatoria. Sin embargo, esto es un arma de doble filo. Como ya planteó Umberto Eco, cualquier texto (o espacio con significado) tiene que ser entendido por el lector/usuario, con la consecuente inclusión del “usuario ideal” por parte del desarrollador, es decir, qué pistas nos dejan los desarrolladores para utilizar bien sus productos. Por tanto, el mismo software dicta una lógica que hace preso al usuario y que a través de la imposición de un modo de consumo concreto nos pide que tomemos la estructura mental de un desarrollador por la estructura mental válida por defecto de cualquier usuario. Este planteamiento es conservador y autoritario, ya que nos obliga a comportarnos de manera ortodoxa cuando interactuamos con el software (los secretos, de nuevo) y con las formas en las que el “usuario” puede representar nuestra identidad, ya que lo hará de acuerdo a parámetros preestablecidos por los desarrolladores. Un ejemplo muy ilustrativo es el videojuego Los Sims, donde los desarrolladores nos daban opciones para escoger el peinado de nuestros avatares y normalmente los jugadores nos quejábamos de lo poco que nos representaban y lo feos que nos quedaban en general.

 

Los Asistentes en teléfonos móviles, por ejemplo, tienen una interfaz visual idéntica a la de un cliente de mensajería como Whatsapp o Telegram, pero no son capaces de adaptar su interfaz a cualquier otro aspecto identitario o cultural distinto de las cajas de texto. Esto entra en contradicción con las innumerables capacidades que ofrecen lo digital e Internet de personalizarlo todo, aunque quizás se trate más de una historia que nos han contado que de la realidad. La experiencia de uso de un Asistente o de Internet, pese a ser vendida como ilimitada y empoderadora, está enmarcada dentro de unos códigos de conducta predeterminados.

 

Como usuarios, a diario interactuamos con datos y nos enfrentamos con las formas de organizar la información predominantes en nuestra  cultura. En el código de un Asistente no está el descubrirse abiertamente como un producto digital con intenciones económicas y culturales dentro del panorama mediático, no se espera ni de un Asistente ni de ningún otro producto digital. Así, el gestor invisible, eficiente, obediente y simpático abre la puerta a un análisis sobre la imagen construida de cualquier producto de los nuevos medios digitales.

 

 

La intimidad globalizada

 

 

En el 50 aniversario de mayo del 68, los Asistentes todavía son sujetos del análisis de la sociedad del espectáculo que planteó Guy Debord3, quien teorizó sobre los modos de recepción, es decir, cómo impone un medio ser consumido, estableciendo, entre otros conceptos, la importancia de la “distancia espectacular”: lo lejos o cerca que se está física y afectivamente del medio y sus contenidos. El afán de los Asistentes por negar su interfaz con la multimodalidad y la adaptabilidad hace perder la distancia espectacular, es decir, el espacio físico y retórico entre nosotros y el medio que nos permitía alejarnos de lo que estábamos viendo. Pasamos de un modelo en el que la audiencia mantenía las distancias con los medios, como en el cine y la televisión, y era capaz de percibirlos como una otredad, a otro modelo en el que el medio, en este caso el Asistente, ya se ha introducido en nuestra esfera privada y se encarga de hacerse invisible e indispensable. Según Pilar Carrera4, entramos en una lógica relacional respecto al medio en la que creemos que este desaparece debido a la colonización de la esfera cotidiana. Un Asistente, como objeto digital en un contexto web, nos cuenta que ya no somos consumidores alienados porque desde nuestra individualidad podemos hacer que el software sea personal, sin limitaciones espaciales ni temporales. Algo que ya se ha demostrado errado y producto más del branding que de la realidad.

 

La programación nos hace partícipes de un simulacro de transparencia que viene estipulado en la forma de consumir el medio. Siri o Assistant no pondrán en peligro el secreto de su código y no modificarán su ADN a nuestro antojo. Estamos ante un mayordomo corporativo que al gestionar nuestra cotidianeidad e inscribirse en nuestra intimidad, nos utiliza para optimizarse: registrando nuestro tono de voz, nuestras capacidades relacionales y nuestras inquietudes más recurrentes y creando patrones que sirven para crear mejores Asistentes mientras las compañías de telecomunicaciones crean fotografías en alta definición de sus usuarios. Los Asistentes virtuales son un producto estratégico, responden a la lógica económica de principios del siglo XXI y, según cifras de la industria5, aumentarán sus usuarios en un 100% y su cuota de mercado en un 24% en EE.UU. en ocho años.

 

 

El imperio simpático

 

 

Tras repasar lo que es un Asistente virtual, lo propio es darse cuenta de que su éxito reside en las peculiaridades de un interfaz muy cómodo, que nos gusta y se hace gustar gracias una apariencia de producto subordinado a la voluntad del usuario. No contento con el simulacro de servidumbre, un fetiche curioso que se explota en la mayoría de interfaces afectivo-relacionales, aquellas en las que aparentemente prima la experiencia del usuario y se esconden las posibilidades no explotadas. El Asistente nos sumerge en un simulacro de transparencia e invisibilidad como representante de la industria de la telecomunicación y, especialmente, de Internet. Lo que no se ve, no se puede tocar. Los Asistentes multimodales que pretenden desaparecer como máquina tangible son más difíciles de analizar porque los absorbemos en nuestra vida cotidiana: un indicador peligroso de cómo quiere la industria que la entendamos a ella y a los productos que hace circular.

 

Hemos tratado el contexto social, cultural y económico en el que se amparan el desarrollo del Asistente virtual y la Industria de internet, pasando de una Modernidad que empezó a colocar el “saber” en la técnica a una posmodernidad que ha acabado por hacer del conocimiento y la información el corazón de su actividad económica. Así mismo, hemos visto cómo el componente esencial de cualquier producto informático, la interfaz, nos da muchas pistas sobre cómo se ha pensado el producto y sobre cómo la industria piensa a los usuarios. La modalidad de la interfaz, la simbiosis con Internet, la inscripción en lo cotidiano y las empresas que lo desarrollan ayudan a construir el mito del Asistente virtual, el cual está pensado para ser transparente, eficiente y agradable, para mejorar la vida del usuario y liberarle de la carga del exceso de información producida pero que, a la vez, esconde detrás un modelo de negocio basado en la explotación de los datos para la optimización del software.

 

La fascinación que sentimos hacia este tipo de innovaciones digitales no debe empañar el análisis al que deben ser sujetas, ya que representan estructuras de poder con una cara amable y servicial que beben de las dinámicas económicas que conforman el capitalismo global.

Bibliografía

 

 

 Daniel BELL, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Alianza Editorial, 1991.
David BOLTER y Richard GRUSIN, Remediation: Understanding New Media, The MIT Press, 2000.
Pilar CARRERA, “Nosotros y los medios” en Eu-topias 11 (2016), pp. 23-32.
Pilar CARRERA, “Internet o la sociedad sin espectáculo” en Eu-topias 13 (2017), pp. 37-46.
Peter F. DRUCKER, La sociedad postcapitalista, Apóstrofe, 1993.
Fakhri KARRAY, Jamil ABOU, Milad ALEMZADEH, Mo NOURS, “Human Computer Interaction State of the Art” en International journal on smart sensing and intelligent systems 1 (2008), pp.137-159.
Lev MANOVICH, The lenguage of new media, The MIT Press, 2001.
Lev MANOVICH, “Introduction to info-aesthetics”, en Tractica,  http://manovich.net/index.php/projects/tag:Article/page:3

 

Notas

 

1 Formas de organización económicas surgidas tras la Primera Guerra mundial que abogaron por la producción en serie, economías de escala y optimización de los horarios de trabajo para dar mejor respuesta a la demanda masiva de bienes de consumo.
2 Asistente virtual del ordenador de la nave Discovery 1 en 2001: Una odisea en el espacio dirigida por Stanley Kubrick en 1968.
3 Guy DEBORD, La sociedad del espectáculo, Pre-Textos, 2002.
4 Pilar CARRERA, “Nosotros y los medios” en Eu-topias 11 (2016), pp. 23-31.
Pilar CARRERA, “Internet o la sociedad sin espectáculo” en Eu-topias 13 (2017), pp. 37-46.
5 Tractica, Virtual Digital Assistants for Enterprise Applications. Boulder, 2016.